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viernes, 17 de septiembre de 2010

El reto



Tal vez me equivoque, pero empiezo a creer que de cierta forma el destino del escritor parece ser el de un paria en su propio entorno. Me refiero a esa clase de paria que es apreciado por sus ambiciones pero criticado por su decisión, una especie de incomprendido que tiene que lidiar con la crítica de quienes lo forjaron con la idea de que algún día sea grande. En países como el mío, donde la cultura roza apenas con el congestionamiento vial y los festivales chichas, el escritor se encuentra entre el dilema de ser lo que no puede ni quiere dejar de ser o someterse al mundo que le tocó vivir y empezar a llevar la vida normal que todos aspiraron para él, pues eso es lo que dicta el devenir económico y social (la hija de puta idea de éxito) de la expectativa general. Quienes te aman aspiran lo mejor para ti sin a veces darse cuenta que lo mejor para ti está lejos de ser lo que ellos tienen en mente. Me doy cuenta que en la mayoría de casos ser escritor es revelarte a quienes amas y te aman para ser tu mismo, ingresando así a un proceso de soledad paulatina en el que terminas convirtiéndote en lo que quisiste ser, y también, por supuesto, en un paria.

¿Vale la pena sacrificarlo todo por contar historias que al fin y al cabo, como decía García Márquez, parecen no servir para nada? ¿Vale la pena tragar bilis y consolar a tu entorno con la idea de que algún día serás grande con lo que quieres y no solo con lo que debes? Creo, no, estoy seguro, que no. Sin embargo, los escritores a veces somos seres estúpidos que nos entercamos con una simple idea, la matriz de nuestra alma, el alimento predilecto que nos hace estar vivos más allá de cualquier complacencia orgánica: escribir. Trasladar las ideas a un papel, sentir que toma forma lo que bulle en nuestro fondo, ver cómo se desliza lo inmaterial y se convierte en un mundo más allá del mismo mundo nos hace soñar con la posibilidad de una existencia mejor no solo para nosotros, sino para todos los que nos leen y están a nuestros lado, pues si eso nos hace felices buscamos que ello también genere felicidad. En síntesis, escribir es la única forma de sentirnos vivos, o mejor dicho, es la única forma de vivir.

Para todas las personas que quieren lo mejor para mí y no saben si mi camino es el correcto; para todos aquellos que me comprenden o no, que a su manera esperan y luchan por mi bienestar yo les digo ahora: la felicidad es en mucho un acto de justicia generado por la persistencia del ánimo, un ejercicio de la voluntad que no pasa inadvertido por Dios. Ratifico la probidad de cierta balanza ontológica al decir que todo cae por su peso, y cierro este post diciendo que la paciencia consuma sacrificios y nos lleva a donde debemos llegar, y es entonces cuando la diligencia nos deja en la frontera entre el sueño y la realidad, el ideal y la proyección, desde donde yo, él, cualquiera que lucha por algo (y aquí destaco a mis colegas escritores en ciernes) dice, a voz en cuello: Dios, gracias por ponerme en este sitio. Ahora, el resto corre por mi cuenta. 

1 comentario:

  1. Si es lo que quieres, por supuesto que vale la pena y al carajo lo que pensemos los demás. Pienso (y sabes que si) que somos seres criados, preparados y dirigidos para tener otra idea de éxito...dinero dinero dinero...poder poder poder y muchas veces perdemos o dejamos nuestros dones en el camino, eso no te pasará a ti...serás de los pocos que marcan la diferencia en un mundo comercial. Sabes que si He dicho!!!

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