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viernes, 3 de septiembre de 2010

Cuando no se tiene de otra



Espero una llamada. Tan solo unas pocas palabras que reconforten el ánimo, pues son tiempos difíciles y no puedo seguir esperando y menos seguir creyendo. De esa llamada dependen muchas cosas, así que no solo la espero, la ansío.

La encargada de selección de personal dice que tengo todo lo necesario para el puesto al que postulo. Ella trabaja en una agencia de selección de personal a la que me presenté hace poco menos de un mes. Acudí enternado, hoja de vida bajo el brazo, quince minutos tarde y un gesto en el rostro que, al mismo tiempo que trataba de demostrar confianza, decía «lo siento, el tráfico». Vino la sesión grupal, la presentación y las ya conocidas pruebas de rigor (ya saben, la persona bajo la lluvia y esas cosas) . Pocos días después una llamada me llevaba al siguiente paso del proceso.

Volví a asistir. Ya éramos menos los convocados y los procesos de selección empezaron a complicarse, pues uno ya tenía que aplicar cierta lógica para resolver casos. La encargada de selección de personal, a la que designaré como ella, prestaba atención a nuestras intervenciones, acompañada esta vez por sus jefes. En una de esas noté que me miró. Le sonreí.

A los pocos días ella me volvió a llamar, pero esta vez percibí cierto margen de confianza ostensible en nuestras palabras, lo que me dio pie para indagar un poco más sobre mi situación competitiva en el ámbito de proyección laboral al que aplicaba. Me dijo que era el favorito. «Confía en ti, Diego, todo va a salir bien.» «Sí, eso haré ―le dije―, eso haré.»

El proceso terminó al fin con la agencia y pasé a entablar relaciones directas con la empresa de mi interés, sobresaliendo, según las notificaciones enviadas de la empresa a mi amiga ella, en todos los aspectos. Ante mi ansiedad, volvió a repetirme que tuviera confianza. Bien, le dije, eso haré.

Y el martes se dio la última entrevista con gerencia y todos los que participamos de esa reunión nos sentimos algo intimidados porque no nos resultó muy fácil resolver tres casos grupales en nueve minutos, tres situaciones que debían tener la aquiescencia de nosotros seis para ser puestas en funcionamiento. Esta vez, según mi propia observación, destaqué. Nos dijeron que nos llamarían en un par de días, nos dimos las manos, salimos, reímos, me fui contento, directo a casa.

Y mira cómo pasa el tiempo y los dos ya días han pasado y no tengo noticias. Me pregunto si, después de todo, habré sido seleccionado, lo que debe significar que ha ocurrido un pequeño retraso y me llamarán el lunes sin falta. Según ella, la incondicional ella, todo va a salir bien. Esta vez la llamo yo y me dice que sigo sobresaliente, y antes de colgar me pregunta si tengo problemas con Infocorp, el sistema financiero nacional. «¿Por qué?», le digo. «También te filtran por ahí ―dice―. ¿Tienes problemas con el sistema?» Y yo sonrío y le cuento un poco mi situación, y ella, ya no tan eufórica me dice que espere, que todo va a salir bien.

Cinco escalas emocionales, cinco momentos decisivos, cinco ratos más viejo. ¿Por qué carajo no filtran primero por el sistema y no le hacen perder a uno el tiempo? ¿Será por eso que no me llaman? ¿Alguien me puede decir si tengo alguna razón contundente para seguir esperando?

Bueno, tal vez sí, una: la esperanza. Dicen que es lo último que se pierde, y total, en circunstancias como esta ya no me queda mucho que perder. O sino pregúntenle a ella.

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